El pasado domingo 2 de octubre, fui uno de los 6.377.482 colombianos que marcaron el Sí en el tarjetón del Plebiscito por la paz. La jornada terminaría con la amargura de saber que el No había sido la opción que prefirieron los otros 6.431.376 de votantes (en total, acudimos a las urnas 13.066.047 de sufragantes).
El Sí se quedó con el 49,78 por ciento del total; el No con el 50,21 por ciento. La diferencia fue poca: 53.894 votos. Un margen ínfimo. Eso indican los números. Una diferencia pequeña que, sin embargo, marca el enorme grado de división que se ha vivido en nuestro país durante los últimos meses. Todas las cifras de esa votación y los resultados por departamento, los pueden ver en este enlace.
No son esos resultados los que me inquietan. En resumen, por escaso pero válido margen el país se inclinó por el No, y el deber de todos los que creímos en el Sí, es respetarlo, aceptarlo y entenderlo (por difícil que parezca). Para mí lo más doloroso de la jornada fue saber que muchos de los que eligieron el No lo hicieron pensando que así evitarían que «se le entregara el país a las Farc» (una mentira), y que el país quedara en las garras del «comunismo»; joder, eso sonaba como a discurso de la época de Joseph McCarthy y la amenaza de los rojos; pero el discurso fue efectivo, miles lo creyeron –yo escuché a muchas personas repetirlo–. Detrás de todo, tejiendo los hilos del No, estuvo el cerebro triunfador de la fecha, el expresidente Álvaro Uribe, quien, como era su deseo, está de nuevo como principal protagonista del juego político en este país. Sobre el tema pueden leer más en los artículos ‘Uribe sigue siendo el rey’, del portal La Silla Vacía o ‘Uribe: ¡qué triunfo’, de la revista Semana. Hay otro texto interesante, publicado por el New York Times (en español), del escritor Martín Caparrós, ‘La democracia no funciona’.
Es algo que yo aún no logro comprender, hay un número enorme de colombianos que no pueden dar un paso adelante sin antes contar con el visto bueno de Uribe. Uribe se ha convertido en la figura del padre autoritario a quien rogamos por su aprobación. ¿Por qué? ¿Para qué? Nos gusta vivir en el pasado, al parecer. Así que su sombra nos acompañará durante décadas. Comparto lo que dice el columnista John Carlin en su artículo ‘El año que vivimos estúpidamente’ publicado en El País de España, en el que habla del «cinismo manipulador de los políticos y la ignorancia o irresponsabilidad de los votantes». Dice el autor: «Los votantes, mientras, se dejan conducir como vacas al abismo. Con perdón de las vacas, que seguramente demostrarían más sentido común ante la perspectiva de la autoaniquilación que las variedades de homo sapiens que habitan Colombia, Inglaterra y Estados Unidos».
Sin embargo no son ni Uribe, ni el No –es un alivio saber que las Farc están dispuestas a seguir el proceso de negociación–, los que me atormentan. Como lo han dicho muchos analistas y amigos durante estas últimas 24 horas, hay que seguir adelante y continuar con los mismos deseos de que al fin podamos llegar a un acuerdo con las Farc, uno que sea refrendado por la gran mayoría de colombianos (también tengo que decir que en caso de que el Sí hubiese ganado por una diferencia tan pequeña, la preocupación de todos hoy sería grande). De los análisis de lo sucedido en las urnas, los errores de las encuestas, los mensajes mal dados (por parte de ambos bandos), y las mentiras, que se encarguen los especialistas. Lo que me anima a escribir este texto es mi hija Antonia, protagonistas de varias entradas de este site.

Con ella estuve hablando mucho durante las últimas semanas, le contaba de la importancia del Sí, de la posibilidad de que «unos señores que alguna vez estuvieron en el monte matando gente, secuestrando y haciendo cosas muy muy malas» pudieran dejar las armas y tuvieran que cambiar sus balas por palabras.
A ella le parecía interesante. «La paz, papi». Yo le explicaba que había otras personas que, sin embargo no estaban de acuerdo con decirle Sí a esa posibilidad de paz, tal y como estaba planteada. Yo mismo le contaba a Anto, «esta es una paz con errores». Y aunque siempre la invité a que aceptáramos lo que pasara en las urnas el domingo 2 de octubre, no puede ocultar mi frustración cuando, al lado de mi suegra, Tere; y mi esposa, Mafer (todos creyentes del Sí), presenciábamos el ascenso inesperado del No. Dije palabras que no debí decir, mencione ese apellido que no debí haber pronunciado, publiqué algunos tweets cargados de rabia y tristeza. Y, mientras tanto, Anto escribía, silenciosa, en su iPad este mensaje (me enteré de él porque su madre me lo mostró). Lo pongo aquí, tal cual como ella lo tecleó en las notas de su tablet:
«En Colombia sigue habiendo guerrilla.Estoy muy triste y enojada por eso,mi deseo es que en Colombia algún día halla Paz..
☠☠ Estos emojis representan la guerra de Colombia , las FARC.☠
¡los odio!,pero al menos negociaron e intentaron parar la guerrilla,pero como de costumbre los uribistas convencieron a la gente a votar por no negociar búa búa búa…
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Su enojo era, obviamente, un resultado de mi frustración. Ella también tenía la ilusión de que con el Sí diéramos un paso enorme hacia la paz. Pero olvidé aquella tarde cumplir mi palabra, eso que había dicho, «respetar» la votación. Mi conducta no fue una invitación a seguir una causa pacífica. Cuando vi en su texto las palabras «odio» y «uribistas», de inmediato noté que eran parte de mi discurso, no del suyo, Anto escribía lo que oía decir a su viejo. Anto ponía en su iPad lo que papá expresaba. ¿Qué carajos le pueden importar a ella los partidarios de Uribe? Antes de que se durmiera, hablamos con Antonia, le explicamos que no es necesario sentir ese odio, que aunque haya ganado el No el acuerdo con las Farc seguramente se va a lograr, que tardará un poco más, que seguro habrá muchos momentos difíciles, pero que se puede conseguir, y que no importa si a su papá no le gusta Uribe, debemos respetar lo sucedido y las opiniones de los demás.
Me fui a la cama con sentimiento de culpabilidad porque yo, que voté por el Sí pensando en la paz; al alterarme por una votación que al final no depende de mí, le estaba despertando temores y odios a mi hija; mi comportamiento lejos estaba de ser racional y pacífico. Pero ya está todo arreglado. Todo comienza por nosotros, ahí es donde en realidad comienza esa paz por la que votamos (diciendo Sí o No, ya da lo mismo), esa paz que espero que Antonia pueda vivir. No sé si ella algún día lea este post, ojalá que sí, ojalá en ese momento haya aprendido a sacar de su vocabulario la palabra odio, aunque cueste tanto. Ojalá en ese momento las Farc sean un grupo político y no un grupo armado y ojalá aquellos que nos enfadamos con los que pensaron diferente a nosotros (los del Sí, los del No) podamos conservar la calma al recordar lo sucedido aquella tarde del 2 de octubre.
Por cierto, días antes de las votaciones habíamos hecho este video con Antonia.
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