La mayoría de los que hacemos revistas estamos en la búsqueda constante de tratar de sorprender a nuestros lectores, de darles algo fresco, algo «nuevo» (le pongo comillas a esta palabra porque, joder, hoy, ¿qué es nuevo? Somos, básicamente, recicladores), algo que los atraiga y los obligue a llevarse la mano a sus bolsos o bolsillos traseros para sacar sus billetes o tarjetas y compren ese especimen de papel que está ansioso por levantar el vuelo del puesto de revistas. Culos, tetas, escándalos, algo de sangre, una tragedia, un titular atrevido o insinuante, una cifra que alarme o aliente; la fórmula suele dar resultado. Todo entra por los ojos. La portada debe ser el arma mortal de cualquier revista, su sonrisa seductora, el imán que atrae al comprador, el enigma que quiere resolver el lector, la compañía que busca un viajero solitario… Pongo aquí una cuantas portadas que, en estos cinco primeros meses de 2012, han logrado cautivar mi atención por alguna razón. Porque no basta con la belleza, la estética cuidada; las portadas son ideas, son statements, son el espíritu de una revista. Recuerdo que hace algunos meses, en las oficinas de la compañía Hearst en Nueva York, el design director de Esquire Magazine, David Curcurito, me decía: «No es mi objetivo, no es lo que busco, pero, al final, prefiero una portada fea que impacte, a una muy bonita que no me mueva; que no diga nada». Aquí van algunas de las tapas de las que les hablo, que consiguen «movernos». Por lo menos a mí, me mueven.
T.A.P.: The Anxiety Project 
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