El terror siempre estuvo ahí. No estaba escondido en el clóset. No se refugiaba debajo de la cama. La criatura que más me ha espantado a lo largo de los años se llama domingo, y llega cada siete días, sin descanso. Desde muy chico sentía un extraño vacío en la boca del estómago cuando el reloj marcaba las siete de la noche y las calles de Cali (la ciudad donde nací y en la que viví hasta 1996) comenzaban a desocuparse. Antes de dormirme no contaba ovejas, contaba maldiciones y esperaba que se produjera un milagro para que al día siguiente todos los niños del mundo, por un decreto divino, no tuviéramos que ir al colegio. El milagro nunca se produjo. O se producía a medias, cuando había lunes festivo –como el de mañana–.

Con el paso de los años mi desamor hacia el domingo sigue intacto. Hay decenas de artículos, estudios y encuestas, que explican las causas del llamado Sunday Syndrome (Síndrome del domingo). Aquí hay un texto de Psychology Today que además incluye algunos consejos para lograr que la desazón dominical no domine nuestras vidas, acá uno en Headspace, donde dan otras recomendaciones interesantes.

Pero tuve mis domingos más oscuros cuando comenzaron mis episodios de ansiedad. Mi odio dominical empezó a mezclarse con el miedo (un miedo irracional, un miedo a todo y a nada), la desesperanza y la tristeza. El domingo marcaba la frontera entre el fin de una semana con ataques de pánico y el inicio de otra que, suponía yo (como si fuera un adivino), sería igual de desastrosa. No era solo saber que debía volver a la rutina laboral (y enfrentar a los jefes desquiciados que tuve en aquellos días). Mi trabajo me gustaba mucho –dirigía la revista que siempre había soñado dirigir: Esquire–, pero me atormentaba pensar: «¿En qué momento llegará el ataque? ¿Será hoy? ¿A qué hora vendrá? ¿Cuánto durará? ¿Será en el consejo editorial?». Sentía que mi creatividad se desvanecía. Sentía que no daba la talla. Pensaba que mi equipo me odiaría porque mis ataques podrían retrasar el cierre de la revista (y nunca pasó, de mi equipo solo recibí apoyo y mucho cariño). Todos esos pensamientos se acumulaban en mi cabeza, especialmente, al llegar la noche del domingo.

Con el paso de las semanas; de los meses, y de acumular millones de maldiciones en contra de los domingos, entendí que el problema no era el día, el problema era que al entrar la noche dominical mi ‘creativa’ cabeza comenzaba a inventar historias trágicas de lo que sucedería la semana siguiente. Vivía en el futuro. Me anticipaba. Perdía conexión con el presente. Luego vino la patada en el trasero: a todos nos echaron de nuestra querida revista. Los primeros días fueron difíciles. Más tarde me di cuenta de que necesitaba ese tiempo libre: adiós al hostil ambiente laboral y a las tablas de excel. Tenía dinero suficiente para descansar algunos meses. Pensé que mi rutina dominical sería distinta. Sin embargo, la ansiedad seguía ahí, acompañándome cada domingo. Mi cerebro no paraba de inventarse relatos de terror: «estás acabado, ¿qué haces ahí descansando? ¡A trabajar otra vez, loooser!».

Cuando comencé la psicoterapia con la doctora ‘G’  se lo platiqué (el doctor ‘P’, a quien mencioné en el texto anterior, me ayudó durante un par de sesiones, pero él no tenía tiempo para una terapia de largo aliento, y yo buscaba más que medicación). Ella me sugirió leer El poder del ahora, de Eckhart Tolle. Yo me sentí insultado, ¿libritos de autoayuda? ¡Ni loco! Pero lo compré. Y ahí estaba justo la primera bofetada (del libro hablaremos después; y varias veces más): «La clave es esta: acaba con la ilusión del tiempo (…) Estar identificado con la mente es estar atrapado en el tiempo: vives de forma compulsiva y, casi exclusivamente, mediante el recuerdo y la anticipación. Esto produce una preocupación interminable por el pasado y por el futuro, y una falta de disposición a honrar y reconocer el momento presente y permitir que sea (…) Ambas son ilusiones. Cuanto más te enfocas en el tiempo –pasado y futuro– más pierdes el ahora, lo más precioso que hay».

Pues eso, durante décadas logré que mis domingos fueran miserables porque nunca los viví. Es decir, a pesar de que hubiese tenido un almuerzo entrañable con amigos, o visto una gran película o pasado una tarde hermosa con mi familia, nunca estuve ahí, siempre estaba adelantado, anticipado, viviendo el lunes de reuniones, el martes de fotos, el miércoles de edición, el jueves de entrevista, el viernes de pre-cierre… O estaba recordando: «Ay, la vida era más fácil antes. El pasado fue mejor». Lo cual era, por supuesto, una mentira y una idealización de lo que había vivido.

Nunca estuve los domingos. Y, aunque me ha costado, ahora he empezado a vivirlos. Aún me caen algo gordos. Pero, si estoy pateando la pelota de plástico en el balcón, con mi hija Antonia, pues estoy ahí. Si le doy un beso a mi esposa Mafer, pues estoy ahí. Si correteo a mi perro Manolo, estoy ahí. Si tomo un vaso de agua, estoy ahí.  Trato de no perderme en el tiempo. Trato de estar presente en el presente. Es difícil a veces, más con mi ‘cerebrito’ creativo. Pero, a fuerza de práctica, cuando vuelo de manera innecesaria y destructiva hacia el futuro («todo saldrá mal», «viene otra semana de shit«), cierro los ojos, respiro, retrocedo («No soy el maldito Michael J. Fox de Back to the Future«), vuelvo al presente. Vuelvo al domingo. A la noche del domingo en la que escribo estas líneas. Y agradezco por poder escribirlas. Y la ansiedad suele marcharse. La vida es aquí. La vida es ahora. ¿Les ha pasado a ustedes? ¿Lo han intentado?

Despidamos este domingo, viviéndolo con intensidad, con la alegría de saber que mañana es día feriado en Colombia, y los dejo con estas canciones que hablan del domingo.

4 comments on “Los (oscuros) domingos

  1. Iván Salazar F.

    Recuerda cuando tu tío Kico hablaba sobre el Zen. A veces no le entendía porque entre su mundo y el mío casi que había un abismo…… Alguna vez decidí ver que era esa vaina y creo que lo que describes es uno de los principios del Zen. Se han escrito algunos textos al respecto entre ellos uno que perdí que se llama EL ZEN Y LA ADMINISTRACION DE EMPRESAS, que no encuentro ni en Internet. Pero hay algunos otros textos sobre el Zen en el trabajo. Como sé que eres un inquieto intelectual te recomiendo explorar por ahí. A mi esos libros y algunos de sus principios me han ayudado mucho. Un abrazo.

  2. Leonardo Umana

    «solamente muero los domingos
    y los lunes ya me siento bien…»

  3. Pingback: Ataques de ansiedad / ¿Los puedo detener? – Todo el mundo lo hace

Deja una respuesta

Introduce tus datos o haz clic en un icono para iniciar sesión:

Logo de WordPress.com

Estás comentando usando tu cuenta de WordPress.com. Salir /  Cambiar )

Foto de Facebook

Estás comentando usando tu cuenta de Facebook. Salir /  Cambiar )

Conectando a %s

A %d blogueros les gusta esto: