Han pasado más de seis meses desde que escribí el primer post sobre lo que he aprendido de mis ataques de ansiedad (o pánico, como prefieran). Fue una terapia liberadora y necesaria. Fue un grito con cierta amplificación. Después de publicarlo muchas personas (conocidas y desconocidas) se me acercaron, casi en secreto, para decir: «¿cómo sigue? Yo sé qué se siente», o, «Mi (papá, mamá, hermano, primo, esposa, amigo, pareja, abuelo, tío, perro, periquito, pez betta) también los ha sufrido». Sus historias y anécdotas me han animado a seguir escribiendo sobre el tema. Pero advierto: no soy psiquiatra. Ni Chamán. Ni bombero del cerebro. Solo soy un periodista obsesivo, perfeccionista, cabezota, workaholic, que piensa que su historia puede tener información valiosa para sus colegas de la liga de la ansiedad, una liga con millones de miembros VIP en este planeta.
Comencemos por el principio. Con el primer ataque y los síntomas usuales. Sin saber por qué tu corazón palpita como un redoblante. ¿Qué lo está provocando? En la mayoría de las ocasiones no lo sabemos. Pensamos que el infarto es inminente. Sentimos asfixia. Mareo. Angustia. Tomamos agua o alguna pastilla errada. Caminamos en círculos. Cerramos los ojos y nos despedimos. Al final terminamos en el hospital regañados por el médico de turno: «¿Está seguro de que no estuvo fumando cosas raras?».
Durante este último año y medio he conocido diversos casos de gente con ataques de ansiedad. De hecho, uno de mis mejores amigos ha comenzando a sufrirlos desde hace algunas semanas. Todos, incluyéndolo a él, coincidimos en que cuando llegamos a urgencias y los doctores se dan cuenta de que ‘lamentablemente’ no tenemos un infarto, nos mandan a casa, desilusionados, sin darnos muchas explicaciones (algunos por lo menos tienen la decencia de darnos un calmante o algo para dormir). El doctor que atendió mi primer ataque, me dijo: «es raro, lo que usted sintió suele ser más frecuente en las viejas histéricas». ¡Gracias, ‘doc’, por ser tan específico!
Suele pasar que horas o días después de aquel primer episodio, y ya en casa, vendrá el siguiente. Y es ahí cuando decimos: «No es el corazón ¡Es el cerebro! ¿Cómo será la comida en el manicomio? ¿Habrá camisas de fuerza con estampados de Pink Floyd? ¿Necesitaré un exorcismo? ¡Soy una vieja histérica!». Pero no es gracioso. Como el ‘amigo’ médico no nos da mucha información, pues pedimos ayuda al ‘amigo’ Google que nos desorientará aún más, y nos presentará artículos confusos que incluyen nombres de medicamentos y textos que detallan los posibles efectos secundarios de estos (leerlos nos producirá más pánico, les sugeriría no leer mucho al respecto). En ese momento nos sentiremos terriblemente locos y, peor que eso, terriblemente solos.
Enfrentarse a la ansiedad tiene ese pequeño problema. Los ataques no son tan significativos como para que un médico de urgencias los vea como eso, una urgencia. El paciente no será hospitalizado porque no presenta una enfermedad grave. Pero el paciente sí siente que algo grave ha pasado. Y si el ataque vuelve su cabeza no tendrá paz. Habrá insomnio. Este traerá agotamiento. Ideas confusas. Serán días oscuros. Yo estuve así durante semanas, no quería aceptar que mi cerebro estaba creando toda esa mala película de sufrimiento. Solo después de someterme a los exámenes, la prueba de esfuerzo y de escuchar a los especialistas decir que mi corazón estaba en estupenda forma («puedes correr dos maratones, muchacho»), empecé a contemplar la «remota» posibilidad de que quizás el causante de mis fuertes dolores en el pecho era yo mismo. Mi mente. Mi cerebro entrenado para atacar a su víctima favorita, el tipo que vive debajo del cuello que lo sostiene. Es decir, concentrado en las opiniones del cardiólogo y el internista, tardé muchas semanas en ir al psiquiatra. Recuerdo especialmente una noche en la que no pude dormir y sentía miedo de, simplemente, existir, de estar ahí, en cama. Mi esposa se levantaba con frecuencia: «¿estás bien? ¿Quieres algo?». No respondí porque yo pensaba: «lo único que quiero es desaparecer. No puedo más». Por fortuna, justo a la mañana siguiente tuve mi primera cita con el doctor ‘P’.
En varios momentos de mi vida he tenido interesantes encuentros con psicólogos o psiquiatras. Crecí con ellos. Mi madre (médica, patóloga) durante años asistió a su terapia psicoanalítica –luego su psicoanalista tendría que lidiar con mis años de rebeldía adolescente–. Así que aún no entiendo por qué tanta gente siente miedo o vergüenza de pedir cita para comenzar una psicoterapia. Volviendo a aquella mañana, el doctor ‘P’ me dio las primeras explicaciones técnicas creíbles sobre lo que estaba viviendo. Él, al notar el horror que me producía la palabra «pánico», pactó que habláramos de ataque de ansiedad. Y, al concluir la cita, por primera vez en mi vida salí con una formulación médica que, aún a pesar de mi escepticismo (me negaba a tomar ansiolíticos) me ayudaron para calmar el oleaje de mi cerebro. Ese fue el primer paso: ir al psiquiatra, hablar, pedir ayuda, aceptar que las medicinas me podían ayudar, pero, más allá de eso, comenzar a aceptar lo que estaba viviendo. Era enero de 2106.
Entonces, si ustedes son nuevos en esto, si sus ataques empezaron hace poco y no saben muy bien qué hacer y sus mentes están nubladas, les sugiero que, como primer paso, hablen con su psicólogo o su psiquiatra sobre qué rumbo tomar.
Entre ambos decidirán si son necesarias las medicinas o no (al hablar de medicamentos no hablo solamente de los que proveen las farmacéuticas tradicionales, sé que muchos doctores incluyen cada vez más en su abanico de posibilidades a la homeopatía).
Les aconsejo que vayan a la cita sin esperar que el especialista tenga la solución mágica para acabar con el problema a fuerza de gotas o pastillas. La medicación ayudará –y también la meditación– pero la cura comienza por nosotros mismos, por hacernos responsables de lo que estamos viviendo, por aceptar que sufrimos ataques de pánico/ansiedad y que ellos nos están diciendo que es hora de cambiar ciertos hábitos (y de darle una patada en el trasero a nuestro gordo ego y soltar el lastre de nuestros apegos). Alivia mucho poder contárselo a la gente que queremos, a nuestras familias y amigos, así se comparte la carga. Y, aunque parezca imposible, con el paso del tiempo hablar de los ataques de ansiedad empieza a producirnos ciertos ataques de risa. Esa es una buena señal. Los míos, además, me han alentado a comenzar una serie web (que quizás algún día termine) y a escribir estos posts que espero les puedan servir. Paremos hoy aquí. En el primer paso. Porque es eso, apenas el inicio.
En las siguientes entregas quisiera compartir con ustedes algunas lecturas que me han servido para entender mejor mis ataques, ciertos videos, música, ejercicios, enseñanzas, ideas, tonterías que quizás nos puedan ayudar a todos a bajarle el volumen al alarido de la ansiedad. Por cierto, en la edición de la revista Semana del 29 de julio se públicó este artículo sobre el tema. Es bueno saber que los grandes medios empiezan a interesarse por el asunto. [Si quieren compartir sus experiencias sobre la ansiedad pueden hacerlo en el foro de esta página o escribiéndome a mi correo: patxito73@gmail.com Será muy grato leerlos]
P.D.: Sí, por supuesto, la imagen es de la película The Wall, de Alan Parker, estrenada en 1982. Más, aquí.
Hola! Muchas gracias por tu Post, hace un mes tuve un ataque de ansiedad, sentí morir, sentí que mi vida jamás volvería a ser la misma, pero con ayuda de medicamentos y de post como el tuyo estoy saliendo. Gracias porque me haces saber que no estoy sola ni loca. Gracias!
Gracias, María Paz, por escribir. Qué bueno es saber que morimos pero no morimos. Yo, cuando recuerdo ese primer episodio, ya no siento pánico, me provoca risa porque entendí que era una señal de mi cuerpo y mi cerebro, los dos me decían: «Tenés que parar. ¡No todo es el trabajo!». Así que le agradezco a ese primer ataque el haberme enviado la señal. Que, por lo menos en mi caso, solo entendí mucho tiempo después. ¿Meditás? Yo nunca lo había hecho, comencé en enero y me ha servido mucho. Seguiré escribiendo. Abrazo y fuerza.
Pingback: Ataques de ansiedad / Los domingos – Todo el mundo lo hace
Tenía este artículo en la lista de cosas por leer. Soy estudiante de maestría en Alemania. Después de culminar mi primer año de estudiosu he decidido hacer una pausa. Desde hace dos meses mi cuerpo y cerebro no pudieron más, se acercaba los exámenes y mi ansiedad se desató. Dure un mes sin hablar con nadie, no quería estar en la universidad y el contacto social me daba pavor. No quería responder las preguntas que la gente me hacía a las cuales no tenía una respuesta clara y concisa. Empecé a ir a donde una psicóloga y migual médico general me recomendó ir al psiquiatra. Cuando escuche su recomendación me sentí muy mal, ya sabes que estaba «loca» pero leyendo y hablando con variar personas no me debo sentir mal si esa persona me puede ayudar con algo que yo sola no puedo. Espero que mi sueño se normalice y que mi cerebro deje de estar corriendo todo el tiempo. Saludos
Hola, Alejandra, hasta ahora veo tu mensaje. Espero que estés mejor. La ansiedad es simplemente una evidencia de que algo debemos cambiar en nuestra vida. Más que una ‘enfermedad’ es una especie de aviso. Yo la tengo a mi lado la mayor parte de mis días. Creo que hasta nos hemos vuelto amigos. Cada día la entiendo más. Y hasta logro hacer bromas con ella. Alejandra, gracias por llegar a esta página, y mucha paciencia. Te mando toda la buena onda del mundo y recordá que no estás sola. La ansiedad abunda. No luchés contra ella, aceptala. A mí me ha servido mucho la terapia psiquiátrica, el cambiar mis hábitos de trabajo, aprender a respirar, a estar más presente en el hoy y el ahora; y, por supuesto, leer mensajes como el tuyo, me da más fuerzas para seguir.
Pingback: Ataques de ansiedad / ¿Sirve ir al psiquiatra? – Todo el mundo lo hace